Ayer os hablábamos de la misokinesia, esa incapacidad de soportar los movimientos repetitivos que realizan otras personas a nuestro alrededor, como por ejemplo, mover constantemente la pierna. Pero en esta ocasión os vamos a hablar de un fenómeno neurológico parecido, pero en este caso relacionado con los sonidos y no con los movimientos. Si eres incapaz de soportar algunos sonidos o ruidos muy concretos, es probable que padezcas misofonía.
La misofonía se produce por sonidos que habitualmente a la mayoría no le molesta
Hay muchas personas que no soportan algunos sonidos, sean repetitivos o no, ya que les provoca un gran desasosiego, algo que suele suponer la incomprensión de las personas que están con ellas. Y no nos referimos a algunos sonidos que nos pueden desagradar por no ser armónicos, como por ejemplo el sonido de una obra o el de una moto al pasar por la calle, sino a sonidos tan normales como respirar, bostezar o al que hacen los dientes o las uñas.
Las personas que sufren misofonía pueden tener reacciones desmesuradas al escuchar estos sonidos
Las personas que sufren misofonía suelen tener reacciones desmedidas e incluso, a veces, agresivas para el común de los mortales, ya que estos sonidos son tan insorpotables para ellos que les crean estrés, ansiedad, ira e incluso tienen que decirles a las personas que dejen de hacerlo o irse del sitio donde se están produciendo de manera abrupta. Esto se produce porque la persona que sufre misofonía siente un gran odio o aversión por el sonido en cuestión.
Puede tener su origen en algún trauma de la infancia
Se trata de un trastorno neurológico, ni psicológico ni auditivo, que suele aparecer en la niñez o adolescencia, entre los 7 y los 13 años más o menos a raíz de un sonido concreto que puede desencadenar la misofonía pero al que se van uniendo más sonidos insoportables para la persona. Al crecer este trastorno no desaparece, ya que no se trata de una manía. Todavía no se sabe a ciencia cierta las causas pero se piensa que puede surgir por un trauma infantil que puede desembocar en trastorno de estrés postraumático o en una personalidad obsesivo-compulsiva.
Franco Dávila