Es normal que por su abundancia, por la extensión que ocupan y por su inigualable belleza a lo largo de las cuatro estaciones, los hayedos sean el tipo de bosque más anhelado por la mayoría de senderistas y amantes de la naturaleza que buscan explorar los ambientes forestales de la cordillera Cantábrica.
Tipos de hayedos
Conviene aclarar que el término “hayedo” es un tanto impreciso, ya que simplemente alude a aquellos bosques en los que la especie predominante es el haya, pero en realidad existen varios tipos de hayedos.
Siguiendo una clasificación muy simple, pueden diferenciarse aquellos que ocupan terrenos con sustrato calizo de aquellos que se extienden sobre rocas silíceas.
Acabo de aportar un dato, y es que a las hayas no les importa demasiado la naturaleza del suelo (o lo que es lo mismo, son “indiferentes edáficas”); les basta con que en su medio se cumplan las condiciones de insolación moderada y humedad alta que precisan, y poco más. Sin embargo, los dos tipos de sustrato mencionados tienen unas características tan diferentes que la presencia de uno u otro sí resulta determinante para muchas otras plantas. Por ello, las hayas que crecen sobre calizas y las que lo hacen sobre rocas silíceas están acompañadas por plantas diferentes. Y claro, eso se nota en el aspecto de ambos tipos de hayedo.
Y no sé si es porque estoy hablando de árboles, pero creo que hace un rato que me he ido por las ramas, ya que mi intención no era escribir acerca de las hayas. Lo cierto es que a lo largo y ancho de la Cantábrica es posible disfrutar de muchos tipos de forestas dominadas por otros árboles, tanto perennifolios (pinares, sabinares, encinares, etc.) como caducifolios (robledales albares, carballedas, melojares, abedulares, abranales, fresnedas, saucedas, alisedas, tilares, acebales y otros). También prosperan fabulosos bosques mixtos en los que coexisten distintas especies de árboles sin que alguna de ellas predomine sobre las demás, dando forma a escenarios muy variopintos, diversos hasta el extremo y generosos en su oferta de rincones espléndidos capaces de fascinar a cualquier visitante.
El «tiemblo» de la montaña de Redipuertas
Hay un tipo de bosques (aunque sería más correcto decir bosquetes, ya que raramente ocupan grandes extensiones) que tienen tanto de desconocidos como de sorprendentes: las tembledas. El álamo temblón (Populus tremula) o, como lo llaman en la Montaña, el “tiemblo”.
Es un árbol caducifolio que está estrechamente emparentado con otros álamos y chopos. Busca ambientes húmedos, por lo que se inmiscuye en los bosques de ribera o en el fondo de vaguadas poco expuestas, llegando a formar rodales de varias decenas de individuos si las condiciones son favorables. Su follaje denso y su tronco alargado, de tono gris-verdoso y repleto de cicatrices con forma de ojo, confieren a este árbol un aspecto esbelto. Sus hojas tienen un limbo casi redondeado, aunque toscamente dentado, siendo romo el ápice de cada diente. Su peciolo es largo y está aplastado; gracias a ello, la más mínima brisa provoca que la hoja se mueva siguiendo una trayectoria de vaivén que, sin necesidad de recurrir a la imaginación, hace que parezca que vibra.
Un susurro convertido en un estruendo
El movimiento independiente de cada hoja se transforma en algo mucho más grande y exuberante si se considera el follaje entero, que incluso ante el viento más manso se muestra inquieto y tembloroso. Como no podía ser de otro modo, todo este movimiento tiene un sonido asociado, un susurro constante que en días desapacibles puede llegar a ser estruendo, imponiendo su protagonismo sobre otros intérpretes de la banda sonora de la montaña. Es el típico sonido de las hojas mecidas por el viento, solo que muy amplificado; tanto, que a los pies de una tembleda puede ser imposible escuchar cualquier otra cosa que se aleje mínimamente del entorno más inmediato.
Las tembledas de la montaña leonesa
En la Montaña leonesa hay muchas tembledas; por citar algunas, señalaré las de Gete o Almuzara, en el valle del Torío, o las de Lugueros, Cerulleda, Redipuertas, Tolibia de Abajo y Tolibia de Arriba, en el valle del Curueño. Son pequeñas, pero bien merecen nuestra atención y, al menos, una visita. ¡Ah!, y si os apasionan los colores del otoño, no dejéis de mirar un poco más abajo, en comentarios.