Los repartidores tienen multitud de anécdotas, desde clientes que salen en bolas a recoger su pedido a clientes que les prohíben usar el ascensor
El trabajo de Rider
El trabajo de repartidor ha aumentado considerablemente en los últimos años, con el auge de las aplicaciones de comida a domicilio y del comercio online. Según los datos revelados por Adigital, asociación que representa a empresas como Glovo, Uber y Stuart, habían casi 30.000 repartidores en España en 2020.
Es un empleo difícil, con condiciones precarias, que durante mucho tiempo ha vivido al margen de la legalidad, insistiendo en contratar a los repartidores como falsos autónomos y empobrecer su labor. La cosa está tan mal que, desde hace menos de un año, cuenta con su propia ley, llamada Ley Rider, que exige a las empresas contratar a sus repartidores (aunque no todas lo han hecho, como es el caso de Glovo que sigue tirando de autónomos.
Otro aspecto con el que tienen que lidiar los repartidores es su relación con los clientes. Algunos clientes son amables y dejan propina, pero otros clientes los tratan como déspotas, exigiéndoles lo que les venga en gana.
Dos hombres salen en bolas a recoger su pedido
Un rider contó cómo es habitual ver que los clientes salen en bolas a recoger su pedido. «Pasan muchas cosas. Una vez un señor mayor salió a recibirme vestido solo con un pañal. No era época de calor, creo que lo hizo adrede».
«Otra vez, dos hombres me esperaron completamente desnudos en la escalera«, y añade que «me ha pasado dos veces que salgan chicas desnudas o en ropa interior«.
«Creo que es porque piensan que voy a ser un hombre y quieren insinuarse, porque no me cabe en la cabeza que les de tan poca importancia a su intimidad como para mostrarse así a una persona desconocida», explica el repartidor.
Racismo en el trabajo
Asunción, es una repartidora que lleva cinco años en el oficio en España (en Glovo, Deliveroo y en correos), y ha visto de todo. Es venezolana y vino a este país en busca de un futuro mejor.
«Me doy cuenta de que muchos españoles cambian la actitud cuando escuchan mi timbre de voz. Te arrancan el pedido de la mano y te cierran la puerta. Es un racismo estúpido», explica. «Pero también hay gente que te pregunta de dónde eres, les dices que de Venezuela y te dice: qué lástima que estés pasando por esto. Es gente humilde que se da cuenta de que la mayoría tenemos preparación académica y trabajamos repartiendo porque es lo único que conseguimos. Hay cosas malas, pero también gente muy buena. El otro día un señor con párkinson de un barrio de clase media-alta me pidió ayuda para instalarle un microondas y me ofreció agua, café o cerveza».
Los repartidores comparten sus experiencias y opiniones en las redes sociales.
Jorge Garrido