En aras de un supuesto ahorro energético, en muchos países los ciudadanos nos vemos obligados a cambiar de hora oficial dos veces al año.
Dócilmente, todos cambiamos las manecillas de nuestros relojes más antiguos, prescindimos de una hora de sueño cada primavera que nos es devuelta cada otoño, y dos veces al año vemos cambiar bruscamente las horas del amanecer y del ocaso y el ritmo de nuestros días.
¿es realmente necesaria hoy en día?, ¿tenemos razones para seguir manteniendo esta extraña costumbre?
Pese a la sociedad tan tecnológica en la que vivimos, el hombre es aún un animal, cuya actividad física y cerebral se ve muy afectada por los ciclos naturales, y en particular por los de la luz diurna. Incluso las vacas o las gallinas ven afectada su producción por estos factores, por qué despreciar la influencia de estos bruscos cambios en nuestro organismo, en nuestra salud, en nuestro equilibrio y en nuestro rendimiento.
Los cambios en las horas de luz diurna suceden naturalmente de forma paulatina, con el transcurrir de nuestro planeta en su órbita anual alrededor del sol. Estos cambios son muy diferentes según en qué parte del planeta, desde las zonas ecuatoriales, donde noche y día son prácticamente iguales durante todo el año, hasta los polos, donde tienen una sola noche y un solo día, de seis meses cada uno, al año. Entonces, cómo pretender con un cambio de hora en un día determinado, el mismo en el norte de la península escandinava que en el sur de la península ibérica, armonizar nuestra actividad con la luz natural disponible.
El supuesto ahorro que cada año se proclama, no sabemos quién lo estima, quién lo mide, quién lo verifica, o si es un nuevo dogma de fe de nuestra civilización. En nuestra sociedad «abierta 24 horas al día», probablemente las medidas más eficaces para el ahorro energético -y muy necesarias- son otras, dirigidas a evitar el derroche, a racionalizar el consumo, a educar a la población. Incluso a permitirnos comprender que los días son -de manera natural y no porque lo decida el gobierno- más cortos en invierno y más largos en verano.
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