La vida está llena de tópicos y uno de ellos es que las mujeres «tardan» mucho en arreglarse. Pero trivialidades aparte la «tardanza» en emperifollarse no es excusa para llegar tarde al trabajo. Pero esto no lo pensaba un joven leonés que día tras día llegaba tarde a su puesto de trabajo. El empleado, ni corto ni perezoso, no sentía que estuviera haciendo nada mal.
Tras varios días presentándose con varios minutos tarde (en alguna ocasión casi una hora), la encargada convocó al joven para preguntarle cuál era el motivo de su tardanza. Lo que nunca pensó fue la sincera respuesta del joven: «es que soy muy presumido y, claro, tardo mucho en arreglarme y mirarme al espejo». La jefa, sorprendida ante la respuesta, no pudo por más que recriminar al joven su actitud y recomendarle que pusiera el despertador antes para cumplir escrupulosamente con el horario establecido.
Mirarse al espejo, motivo suficiente para este empleado para llegar tarde cada día
Ante lo cuál, el joven no dijo nada más que un mero «lo intentaré, pero no aseguro nada» sonrió esbozando su mejor cara.
Lo que más sorprende del caso es que el joven sentía totalmente justificadas sus tardanzas, ya que su imagen personal y su acicalamiento es mucho más importante que el propio trabajo. Bien podría decirse que este joven podría padecer un trastorno narcisista en el que los individuos necesitan adulación y mantienen un patrón de grandeza. En otras palabras, un presumido patógeno.
De momento, y si no hay una Ley que lo establezca, mirarse al espejo no es excusa para llegar tarde al trabajo y puede ser motivo de despido. De hecho se trata de una falta injustificada y dependiendo convenios está regulado como sanción leve o grave y, en consecuencia, sanciones como el despido.