Podemos mirar hacia otro lado, escondernos o negar la evidencia, pero eso no cambiará la situación actual del suicidio como uno de los problemas más importantes de salud pública mundial, siendo la primera causa de muerte violenta en el mundo.
Las estadísticas más recientes revelan que más de diez personas al día se suicidan en España, pero tenemos que considerar estos datos como un reflejo parcial de una realidad silenciada que es aún más grave, de la que no queremos hablar, de la que nos da miedo hablar. Pero el miedo no resuelve. Como no resuelve la ignorancia, esa que nos lleva a generar mitos sobre la personas con ideación suicida, que nos lleva insensatamente a no querer hablar de ello, a no preguntar, a considerarlo como una pataleta, porque creemos que quien se quiere suicidar no lo dice, lo hace y punto.
Como tampoco resuelve la vergüenza, esa que convierte el suicidio en un estigma y que ha llevado a muchas familias a esconderse, a no contar la verdad, a sufrir en silencio, a tragarse el duelo en la más estricta soledad.
La persona que intenta suicidarse realmente no desea morir, lo que quiere es librarse de un sufrimiento terrible e insoportable del que cree que no puede salir. Ha perdido toda esperanza, ya no confía en sí mismo ni en sus circunstancias, y ya no es capaz de encontrar más que una solución radical, para aquello que con gran probabilidad es una dificultad transitoria.
El ser humano está confeccionado para luchar por la vida, es el instinto de supervivencia, ese que nos lleva a protegernos frente a las amenazas. En algunas ocasiones podemos pensar que no hay solución y desear que la tierra nos trague, para descubrir un tiempo después que sí podíamos más, que somos más fuertes y capaces de lo que pensamos.
Pero como no podemos morirnos un ratito, y después renacer, morir nunca puede ser la solución a un problema de este mundo. Porque aunque creamos que el remedio está en desaparecer siempre quedará el dolor y la impotencia de los supervivientes, esos seres que nos amaron y ya no pueden ayudarnos.
Sabemos que existen factores de riesgo, que se trata de un problema complejo y multicausal, en el que los trastornos mentales juegan un amplísimo papel, seguido de las enfermedades incapacitantes crónicas y de los sucesos vitales estresantes .Y también sabemos que existen factores de protección que ayudan a minimizar la probabilidad de la conducta suicida.
Nadie tiene todas las respuestas, pero los profesionales de la psicología sabemos que es urgente reconocer y comprender lo que está pasando, que los suicidios se pueden prevenir actuando sobre factores de riesgo como el maltrato, el abuso del alcohol y los problemas de salud mental, que las personas en situación de riesgo suicida se pueden detectar a tiempo y recibir una atención especializada; que morir no es la solución, es el problema…
Nieves Andrés Ramírez. CL 1152.
Colegio Oficial de Psicología de Castilla y León.
Psicóloga y Terapeuta de Conducta.