Esto es lo que se ve desde las inmediaciones del Puerto de Tarna si se mira hacia el sureste. Es mi “horizonte de sucesos” particular, ese lugar del que días atrás os dije que, cuando me dejó caer por ahí, por mucho que me resista, soy absolutamente incapaz de dar la vuelta. Siempre siento la necesidad de acercarme, aunque sea brevemente, a las soberbias montañas que dominan la imagen.
La montaña de Mampodre
Y esas montañas son el Mampodre, un macizo calcáreo único, un santuario para montañeros y amantes de la naturaleza, una fortaleza pétrea que custodia plantas exclusivas y que atrae a toda clase de fauna amiga de las alturas… y a mí.
Un pasado histórico
Su nombre tiene un origen curioso, y aunque a este respecto existen varias versiones de la misma historia, todas ellas convergen en un mismo punto: este macizo se llama así como resultado de un hecho truculento que tuvo lugar en estas tierras hace ya milenios, cuando fueron alcanzadas por el imperio romano. La población índígena más insurgente le hizo frente a los romanos, quienes, al estar mucho mejor armados, no debieron tener demasiados problemas para alzarse con la victoria. En la más amable de las versiones que me han llegado, los soldados del ejército romano habrían cortado las manos de los derrotados para que nunca más pudieran blandir una espada; estas quedarían abandonadas en el campo de batalla, donde en poco tiempo se acabarían pudriendo. Y ahí, en esas “manos podridas”, se situaría el origen del topónimo Mampodre.
Las trece cumbres
Como historia no es muy bella que digamos, pero no se puede decir lo mismo del macizo, que sobrecoge por sus dimensiones. Trece de sus cimas superan los 2.000 metros de altitud y varias de ellas rozan los 2.200. Una vez más, la toponimia se hace fuerte en la montaña, y aunque no pretendo hacer un listado exhaustivo de los topónimos del Mampodre -ni yo soy quién ni este es el momento-, sí quiero mencionar los nombres de esas trece cumbres, ya que de una u otra forma se han convertido en referentes del montañismo en la cordillera Cantábrica. Así, la Peña La Cruz, el pico La Uve, el Mediodía, la Peña del Convento, el pico Salamanquino, el Cervunal o Valcerraó, La Graya, Peña Bustil, La Polinosa, Peña Brava, Peña Mediana, el Valjarto y el Crestón de los Cubos, tienen personalidad propia. Son sobradamente atractivas, por lo que consiguen inmiscuirse con facilidad en los sueños de cualquier amante de la montaña. Son cimas carismáticas que obligan a la vista a girar hacia ellas, se venga de donde se venga, se vaya a donde se vaya.
Y si no se pretende ascenderlas tampoco pasa nada, ya que desde el fondo del valle también son soberbias. Si conocéis el Mampodre sabréis que no miento, y si no lo conocéis, probad a hacerlo; eso sí, ya me contareis si cuando lo visteis por primera vez, fuisteis capaces de dar la vuelta sin volver a mirar.
Rodrigo Castaño