En esa casa, los minutos parecen horas. Los padres de Tiago, un niño de dos años de Mieres, tienen que esperar cinco días para hacerle una analítica completa. El pequeño sufrió un pinchazo accidental con una jeringuilla que estaba tirada en el suelo. Ocurrió en el entorno de la antigua estación del Vasco, y a plena luz del día.
El pequeño cayó sobre la aguja, que parecía usada, y se la clavó en la barriga. La única tranquilidad es que el contagio de VIH está prácticamente descartado: «El virus no vive mucho tiempo en la jeringuilla». La familia espera en vilo y disgustada. Aseguran que, tras informar de la presencia de las jeringuillas, el Ayuntamiento y la Policía Local «dieron largas» para ir a recogerlas. Los vecinos de la zona han denunciado la creciente presencia de adictos en la zona: «Estamos hartos, nadie hace nada», lamenta Estefanía Iglesias, la madre del pequeño a la Nueva España.
«Iba de la mano, tropezó y cayó boca abajo»
En la llamada a los responsables municipales para que retiraran las jeringuillas, Estefanía Iglesias no hizo constar el problema del niño porque aún no sabía que se había pinchado. La madre recuerda con detalle los momentos que siguieron a la caída de su hijo: «Iba de la mano, tropezó y cayó boca abajo». Lo que parecía un incidente, se tradujo en un disgusto cuando la mamá vio las jeringuillas. Examinó al pequeño: nada en las manos, ni en las piernas. Tampoco en la cara ni, a simple vista, en el resto del cuerpo.
Esparcidas por el suelo, al alcance de todos, estaban dos jeringuillas. «En la calle había mucha gente, era ya pleno día, y ahí estaba esa basura. Me parece indignante, ¿qué tiene que pasar para que actúen?», lamenta la madre. Las agujas parecían usadas, rodeadas por pañuelos de papel sucios. Estefanía Iglesias decidió llamar al Ayuntamiento para que las retiraran de la vía pública: «No quería que ninguna otra persona se llevara un susto como el que acababa de llevarme yo», afirma.
Marcó con manos temblorosas: «Me dijeron que no podían hacer nada, que llamara a la Policía Local». Los agentes tampoco le dieron solución, y la remitieron al servicio de limpieza. Tercera llamada, tercera respuesta desesperante: «Señora, eso no es culpa nuestra», replicaron al otro lado de la línea.
«¿Entonces de quién es la responsabilidad?», se pregunta Estefanía Iglesias.
La presencia de adictos en la zona es cada vez más habitual. Reconoce que nunca, hasta ahora, había visto jeringuillas tiradas. Sí que asegura, coincidiendo con otros vecinos, que «hay varios hombres que tienen aspecto de drogadictos y que duermen aquí».
Estefanía Iglesias volvió a casa indignada. «No sé a quién quieren que llamemos cuando pasa algo así, la verdad», lamentó entonces la madre, que comentó lo ocurrido con unos vecinos. No fue la única: la imagen de las jeringuillas tiradas en El Vasco inundó las redes sociales, con críticas sobre la falta de limpieza y la creciente preocupación sobre el aumento de estos restos en varias zonas de la villaminera.
No sabía Estefanía Iglesias que lo peor del día estaba aún por llegar. Poco antes del baño, el niño empezó a quejarse de una molestia en la barriga. Fue entonces cuando su mamá le examinó con detenimiento y vio que había aparecido una pequeña rojez en el centro del abdomen. No era perceptible justo después de la caída de esa mañana.
Sin perder el tiempo, la madre y el padre del pequeño le llevaron al médico. Salieron de la consulta con el corazón en un puño: «Nos han dicho que sí, que hay un pinchazo. Dentro de unos días, tendrán que hacerle una analítica completa», afirmó la mamá, con la voz entrecortada. Esperan que no sea nada y que el pequeño esté bien, pero ahora tienen cinco días para estar en vilo.
«No queremos que esto le pase a ninguna otra familia, por eso lo hemos denunciado públicamente. Estamos hartos de no recibir suficiente atención por parte de unos servicios municipales que pagamos todos», clamaron los padres. El pequeño Tiago, que tiene una sonrisa incansable, pasa unos días tranquilos. Sus padres cargan con todo el peso de la espera.