Un zapato en una rotonda en León. Es la ocurrente imagen con la que se levantaron los leoneses este lunes. Alguien perdió el zapato o quiso realizar una alegoría sobre el popular dicho «ponte en mis zapatos». Una obra artística del estilo del plátano colgado en una pared de precio incalculable. Al fin y al cabo, el arte es así. O puede que algún padre mosqueado con los niños al llevarlos al colegio les lanzara un zapato con la mala suerte (o mala pata) de que éste saliera despedido por la ventanilla y quedara de esta guisa en esta conocida rotonda de León. Aún es más bonita la idea de que el solitario zapato pertenezca a un ceniciento que corriendo corriendo perdiera un zapato y quizá haya una princesa que ande buscándolo.
La desgarradora historia del solitario zapato
Nunca sabremos la historia real que hay detrás del solitario zapato madrugador de La Palomera. Su destino no parece ser muy halagüeño y acabe en un contenedor o en la planta de reciclaje. Ser un solitario e impar pone todo futuro muy difícil. Viva muestra de que en esta sociedad uno puede ir muy rápido solo, pero en otras ocasiones estar solo acaba en los deshechos. Da para meditar el tema desde luego, a mí me ha hecho reflexionar en un instructivo ejercicio mental mañanero, «ser o no ser».
En este bombardeo mental de hipótesis y teorías un rayo de luz. Quizá haya una esperanza para un solitario zapato izquierdo. Una persona a la que le falte una extremidad o algún vendedor ambulante consiga vender este zapato como de segunda mano para alguien que tenga un pie más grande que otro. O bueno, ¿quién sabe si la próxima de Pilar Rubio en El Hormiguero sea llevar un zapato de cada modelo? Entonces puede que, a pesar de todo, haya una esperanza porque siempre queda ese poso. La esperanza es lo último que se pierde y posiblemente este solitario zapato la mantiene.