La muerte es una de esas realidades que nos ponen de bruces ante la fragilidad del ser humano. Quien ha experimentado la muerte de un ser querido lo sabe. Cuando la muerte es provocada por la propia persona, a la angustia por la muerte se le añade el sufrimiento de lo incomprensible.
Para los que ejercemos la psicología, es uno de los grandes retos a los que nos enfrentamos en la práctica clínica y una de las situaciones más duras de nuestra profesión. Para los familiares la experiencia del suicido es, sin duda, devastadora, puesto que muchas veces uno se pregunta si el amor no es suficiente motivo para impedir el suicido o la tentativa, y pueden aparecer sentimientos de culpa muy fuertes.
Cada caso es una historia, que, si pudiéramos escuchar, nos hablaría de sufrimiento, de desesperanza, de soledad, de miedo… pero los datos también nos hablan. En 2014 se quitaron la vida 3.910 personas en España. Para tener una idea comparativa respecto de otras causas de muerte violenta en nuestro país, podemos señalar que en el mismo año murieron 1.873 personas a causa de un accidente de tráfico, o que 51 mujeres fueron asesinadas por sus parejas o que 323 personas fueron asesinadas.
Siendo una realidad tan presente, no recibe sin embargo la misma atención mediática, social o política que estas otras realidades. Hay algo de tabú aún en el suicidio, así como un temor ante lo que parece incontrolable. Pero, al igual que en las familias, es preferible mirar esta realidad de cara y no esconderla. Sabemos que hablar acerca de los pensamientos suicidas disminuyen la probabilidad de llevarlos a cabo. Hagamos este esfuerzo en nuestra sociedad de hablar del tema, con la formación adecuada, de manera que se pueda desarrollar una prevención eficaz. Prevención que pasa por tener en cuenta las variables personales y las sociales que influyen en la conducta suicida.
Desde el ámbito social se debe trabajar para incrementar la socialización de las personas, mejorar las condiciones laborales y familiares, y realizar una adecuada intervención en salud mental.
En el ámbito personal, quizá el elemento más importante sea encontrar una orientación a la vida, un sentido que guíe y articule la propia existencia. Friedrich Nietzsche, en una cita que luego retomó Víktor Frankl, afirmaba que “el que tiene un para qué”, está dispuesto a soportar cualquier “como”.
Por otra parte hay toda una tarea que realizar de cara a desentrañar algunos de los mitos que aún persisten en nuestra sociedad en torno al suicido, como que las tentativas fracasadas son “llamadas de atención” o que “el que avisa que va a hacerlo no lo hace”. Hay una gran aportación que desde la psicología se puede hacer para la formación en las familias, la escuela, la sanidad, los cuerpos de seguridad, los medios de comunicación… en materia de prevención y abordaje del suicidio. Los psicólogos estamos manos a la obra.