Constatada la menor retribución femenina, que no ha podido evitar la regulación normativa, Susana Rodríguez señala las explicaciones concretas que puedan justificar el mayor salario de un trabajador en comparación con una trabajadora, “en aras a corregir este abrupto devenir y prevenir la consecuencia final discriminatoria escasamente visibilizada en vía judicial a la luz de las escasas reclamaciones planteadas”.
Entre los factores que destaca se encuentra la difícil y tardía incorporación de la mujer al mundo laboral, (comúnmente relegada a ocupaciones de carácter temporal o con jornadas inferiores), y la segregación vertical (escasa participación en puestos directivos) y horizontal (concentración en cometidos con remuneraciones limitadas, de baja productividad y feminizados), acompañadas habitualmente de interrupciones en su vida profesional por motivos tales como la maternidad o las decisiones a favor del cuidado de la familia.
La situación es aún más dura cuando, tal y como explica Susana Rodríguez, “la mujer no sólo se enfrenta a las tradicionales barreras derivadas del reparto de roles, sino también a otros retos adicionales como la discapacidad, la condición de inmigrante, de víctima de violencia de género o de trata de seres humanos, de drogodependiente o de cabeza de una familia monomarental”.
Las mujeres, como ‘colectivo diana’, se ven inmersas en situaciones de extrema dificultad para acceder a un empleo en un contexto de escasez de ofertas, de alta precariedad e inestabilidad de los que se consiguen, de temporalidad excesiva, constante rotación, de trabajos a tiempo parcial no elegidos como tales, de deficientes condiciones laborales en lo que hace a jornada, seguridad y salud laboral, movilidad y modificación unilateral por parte del empresario, de fácil y repetida pérdida de la ocupación y de habitual extensión temporal del desempleo, circunstancias todas ellas que “repercuten en sentido negativo sobre las percepciones salariales”.
El trabajo también se ocupa del marcado desequilibrio en el recurso al empleo a tiempo parcial, que Susana Rodríguez califica como “falsamente voluntario por parte de las mujeres”, y aporta datos (31,5% frente al 8,2% de los varones en la Unión Europea) que revelan que encierra en sí mismo una auténtica discriminación, ya que “responde a un estereotipo sexista, germen de unas considerables dificultades para el desarrollo y progreso de su carrera profesional e, inclusive, de una más reducida (casi en un 34%) protección social (singularmente, respecto del desempleo y la jubilación)”.
En la parte de conclusiones, el trabajo premiado demanda que se establezcan ‘instrumentos de tutela’ adecuados, que tomen como referencia algunos países de nuestro entorno que han dado pasos firmes al efecto, como Suecia, Reino Unido, Italia, Francia, Alemania e Islandia.
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