Una vez más una sentencia pone a debate la igualdad de la Justicia en cuanto a sexo. Una discusión entre familiares en un momento complicado desencadenó en un juicio en el que pocas cosas claras había, la jueza en aquel momento «supuso» y apoyó la versión de la denunciante cuya única prueba era su palabra. Ahora un recurso del denunciado ha desestimado aquella condena únicamente sustentada por la palabra de una mujer. Nada estaba claro en el primer juicio, pero la jueza, una mujer, apoyó la versión de la denunciada. Ahora, otra jueza, absuelve al condenado que apeló la sentencia. Si no había nada claro, ¿por qué tiene más fuerza la palabra de una mujer?
Este proceso judicial surgió por los hechos ocurridos hace aproximadamente un año. Todo empezó en una complicada situación, las últimas horas de un joven que había sufrido un accidente. El Hospital como persona de contacto para este joven tiene a su hermano, que es la persona avisada en el momento del siniestro. Poco se pudo hacer por el joven, más que esperar el fatal desenlace. Al día siguiente de ingresar su madre, acompañada de los dos hermanos del joven y sus respectivas parejas, se dispone a entrar en la UCI para despedirse de su hijo. «No queda más que esperar» les habían anunciado los médicos.
En tan difícil momento hace acto de presencia la exmujer del herido. Gritando por el centro hospitalario asegura que «no se me ha avisado» y «tengo todo el derecho, ¡soy la madre de sus hijos!». Imagínense la situación, unos familiares que esperan para despedir a su hijo, hermano y cuñado y, de repente, la exmujer llega con ganas de broncas.
En aquel momento, el hermano del joven herido entró en una acalorada discusión con la que había sido su cuñada, entonces excuñada. Le indicó que se fuera y que les dejara despedir en paz a su hermano. No había más testigos que la familia, la madre y hermana del fallecido, el cuñado del fallecido y la pareja del condenado, en avanzado estado de gestación.
Finalmente la madre del herido entra a despedirse de su hijo, acompañada de su otro hijo. Mientras tanto, la exmujer se queda gritando y amenazando en el pasillo. Por su parte, la cuñada del herido, embarazada, baja a recepción y avisa a los guardias de seguridad del escándalo que está «montando» la mujer. Los guardas de seguridad al acceder a la zona son reclamados por la exmujer del herido gritando «deténgalo, me quiere matar». En esto, el objeto de su ira, se hallaba en la UCI despidiéndose de su hermano.
La exmujer del herido abandona el centro hospitalario y acude a la Policía Nacional para interponer una denuncia por amenazas y reclamó una orden de sentencia para el que había sido su cuñado. No presenta parte de lesiones ni tiene más prueba que su palabra. La Policía recoge la denuncia y reclama al denunciado que acuda a la Comisaría a declarar.
A la par, en el Hospital el herido fallece. Precisamente, su hermano es reclamado por la Policía en el momento en el que tenía que acudir a por el cuerpo de su hermano. No obstante, se persona en Comisaría donde la propia Policía le comenta que «no hay indicios» y que posiblemente la denuncia «no vaya a ningún lado». Los agentes ven tan pocos indicios que ni siquiera le retienen a la espera del Juez. Gracias a ello, el acusado puede acudir al entierro de su hermano.
La denuncia no fue desestimada. Es más llegó a juicio y, a pesar, de la poca claridad de los hechos el hermano del fallecido fue condenado por amenazas y coacciones. Realmente era una discusión de una familia enfrentada, la jueza creyó a pies juntillas la declaración de la denunciada sin tener en cuenta su «hostilidad» a su exfamilia política. Incluso recogió en sentencia que «supone» que pasó algo por el hecho de que los guardas de seguridad acudieran.
En definitiva, una actitud ciertamente «algo sexista» por creer a una mujer por el hecho de ser una mujer. Un hecho que hace replantear si la justicia es igualitaria para todos. Máxime cuando aquella jueza ha sido contradecida por otra jueza por «no ver los hechos claros» y ha absuelto al condenado.
El que fuera acusado ha tenido que abonar 500 euros de su bolsillo por los trámites de abogados, fue condenado (aunque después haya sido absuelto) y dañado moralmente por las acusaciones «no demostradas» por la exmujer de su hermano.
La moraleja de esta historia hace pensar que la justicia favorece, en ocasiones, por el hecho de ser una mujer y solo vale la palabra de una mujer, olvidando por completo la versión contraria por el hecho de ser un hombre.