Un cuento de Navidad que ocurre en la ciudad de León que siempre se llena de magia
En León, bajo el frío abrigo del invierno, las calles del casco antiguo brillaban con una cálida luz dorada. Las farolas iluminaban la Catedral como si custodiaran un secreto navideño que solo el corazón de la ciudad conocía. Entre las callejuelas empedradas, un niño llamado Marcos caminaba de la mano de su abuelo, Don Ramón, un hombre de voz pausada y mirada llena de historias.
Esa Nochebuena, como cada año, Don Ramón llevaba a Marcos a la Plaza Mayor, donde el gran árbol navideño solía presidir la escena con su esplendor. Pero este año era diferente. Marcos sabía que el árbol ya no estaba en la Plaza Mayor, lo habían cambiado a Santo Domingo y había escuchado que Papá Noel estaba demasiado ocupado y temía que no pudiera traer los regalos a León.
—Abuelo, ¿y si este año Papá Noel no llega? —preguntó con preocupación.
Don Ramón sonrió, con la calma de quien sabe algo que los demás no.
—Marcos, León tiene su propia magia. Cuando compartimos, soñamos y ayudamos, creamos el verdadero espíritu de la Navidad.
Mientras hablaban, un violinista comenzó a tocar villancicos. Marcos, inspirado, tuvo una idea. Reunió a los niños de la plaza y juntos cantaron canciones navideñas, trayendo sonrisas a todos los que pasaban. Los comerciantes de la zona regalaron castañas y chocolate caliente a los niños y la música, el calor de la gente y las risas transformaron la fría noche en un abrazo cálido.
Cuando Marcos volvió a casa, encontró un pequeño paquete en el alféizar de la ventana. Era un tren de madera con una nota que decía: «La magia de León nunca falla. Felices fiestas, Papá Noel». Con una sonrisa, entendió que el verdadero regalo ya lo había recibido con la alegría compartida en esa noche inolvidable con familia, amigos e incluso desconocidos, pero todos en León.