Al final, ser dependiente va a ser profesión de riesgo y las cestas tienen parte de culpa. Y si no, que se lo pregunten a una trabajadora de un céntrico Alimerka de León. Las empleadas (y empleados) de los supermercados habitualmente (y a diario) tienen que enfrentarse a mujeres que reclaman que se cuenten y depositen de uno en uno los chipirones, las exigencias de otra a la hora de reclamar una carne más jugosa pero no tan roja y, como no, los que preguntan por qué motivo el salmón tiene el precio que tiene con ciertos aires de grandeza.
En la larga cola de suplicios que soportan los trabajadores de estos centros comerciales están los que llegan con la hucha rota y pagan una barra de pan con céntimos porque les es más cómodo que llevarlos al banco. En ocasiones, también tienen que lidiar con algunos jóvenes (equipados con caras marcas) y que se dedican a trastear por los pasillos mientras mangan alguna chocolatina que otra (sin darse cuenta de que todo está grabado).
El atentado de la cesta
Vamos, que no es fácil trabajar en un supermercado y no es solo por las innumerables horas de pie. El trato con el cliente no siempre es fácil y, en ocasiones (solo algunas) hay personas que parecen sacadas de un esperpento.
Una empleada del Alimerka aún cojea y tiene una espinilla morada a cierto incidente en el trabajo. Hace unos días, estaba reponiendo en un pasillo, tarea que le tocaba en el momento cuando de repente notó un intenso dolor en la pierna con un fuerte golpe. Una mujer la había arrollado sin compasión con el carro de la compra, tal cual coches de choque. La mujer, de mediana edad y ciertamente bien acomodada, ni corta ni perezosa espetó (casi sin inmutarse) «ha sido la cesta» mientras siguió absorta en su deambular por los pasillos del espacio comercial. La empleada se volvió, la miró y suspiro «ni un solo ‘lo siento».
Esa mujer habitúa a utilizar su cesta de la compra (esas que llevan incorporadas ruedas) como un auténtico coche de choque y se dedica a lisiar a todo aquel con el que se encuentra. No hay disculpas, no hay sentimiento, solo está ella y la cesta. Pero la cesta siempre tiene la culpa. Ella nunca. Con personajes así, es difícil acabar la semana sin algún tipo de lesión, es algo parecido a las abuelas con paragüas que pasean por León, pero esa es otra historia que ya os contaré otro día.
La cuestión es que habría que proponer de riesgo ser trabajador en un supermercado. Trabajo de riesgo.
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