Animales que llevan millones de años siendo diurnos se están pasando a la noche. Un amplio estudio señala a la expansiva presencia humana como la causa de unos cambios que pueden trastocar la dinámica de ecosistemas enteros.
El impacto de los humanos influye profundamente en la vida de los animales. La más evidente es la contracción del espacio disponible para los animales a medida que la raza humana se ha ido expandiendo por el planeta. Además, estos espacios naturales son cada vez más reducidos y cuarteados y su calidad se reduce con cada infraestructura nueva que los cerca. Una de las consecuencias de todo esto es que los animales se mueven cada vez menos en las zonas con presencia humana y se refugian en zonas cada vez más reducidas. Pero hay otra forma de esconderse de los humanos: salir cuando ellos se acuestan.
«Hay evidencias que sugieren que animales de todas partes están ajustando sus patrones de actividad diaria para evitar a los humanos en el tiempo, ya que cada vez les resulta más difícil evitarnos en el espacio», dice la investigadora de la Universidad de California en Berkeley (EE UU) y principal autora del estudio, Kaitlyn Gaynor.
«Como las personas son más activas por el día, los animales se están pasando a la noche», añade. Este traslado se produce ya se trate de herbívoros o grandes carnívoros como el tigre. El patrón se repite tanto en los mamíferos más pequeños como la zarigüeya, como en los que pesan más de 3.500 kilogramos, como el elefante africano.
«Los animales están ajustando sus patrones de actividad diaria para evitar a los humanos en el tiempo»
Las consecuencias de este traslado a la noche de tantas especies aún son inciertas. En principio, parecería que el abandono del día en favor de los humanos facilitaría la coexistencia entre estos y los animales.
Pero un cambio tan generalizado y rápido de unos patrones de actividad moldeados durante milenios puede alterar todo un ecosistema. «En el caso de los depredadores no adaptados a cazar por la noche, se podría producir un aumento de la población de los ungulados que eran sus presas, lo que afectaría a la disponibilidad de cubierta vegetal, produciéndose un efecto en cascada», comenta la investigadora de la Universidad Radboud, de Nimega (Países Bajos), Ana Benítez.