Llegan las comuniones, a aflojar el bolsillo

Empieza el mes de mayo y con ello las deseadas, o no, comuniones de nuestros hijos. Aunque en mi época (es decir, antes de la guerra) estas celebraciones eran, como su propio nombre indica, tomar la comunión, ahora es todo un evento.

El traje se solía heredar de tu heman@ mayor, de un primo/a, vecino…, daba igual. Como generalmente la talla no coincidía con la tuya, ahí estaba tu madre cogiéndote el bajo del vestido o del pantalón, metiéndo de aquí, sacando de allá…, el caso es que ibas como un pincel. La mayor preocupación que tenías era que cuando te dieran la hostia consagrada no se te cayera y que el fotógrafo de turno pillara el momento justo de tal acto. En mi caso hubo que repetir la acción varias veces porque no conseguían compenetrarse el sacerdote con el fotógrafo. Y allí estaba yo con la boca abierta, temblándome las canillas de los nervios. Fue como en el rodaje de un film, ¡toma uno!, ¡toma dos!…

El convite muy sencillo, la familia más cercana y algún que otro amigo íntimo de la familia. Y los regalos…, ¡qué nervios! Siempre te caía el juego de cubiertos (cuchara, cuchillo y tenedor), muñec@ vestido de comunión y los que había «pactados» con tus padres tras la pregunta ¿Qué necesita? Pero oye, más felices que perdices.

Cuando veo las comuniones de los niños de ahora me recuerdan a la celebración de una boda. Para elegir el traje, varios meses antes y que sea del gusto de la criatura, reservar restaurante ya ni te cuento, casi con un año de antelación, reportaje fotográfico como para una revista que saca la nueva colección primavera verano y, por supuesto, peluquería.

Y ya, los regalos…, se ha perdido la tradición. Que si teléfono de última generación, la tablet, la última consola del mercado, un ordenador. Más parece que el protagonista fuera a abrir un despacho profesional. Y no nos olvidemos de contratar a alguien que, después del banquete anime a los menores, como que no están ellos bastante animados. Personalmente creo que más que para animar están para «aliviar» a los adultos del griterío y las carreras posteriores a la comida.

En fin, que los ahorros de los padres no llegan para cubrir gastos.

Así que, padres que tenéis hijos, cuando acabéis de pagar la comunión empezad a ahorrar para la boda.

Maria Ortiz

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