¿Y si el deporte se conviertiera en un foco de enfermedades? Parece imposible, pero la realidad que describen desde el centro de Atención e Investigación de Socioadicciones en España (AIS) pone en evidencia que patologías como la vigorexia o el culto al ejercicio se imponen en la sociedad.
La práctica de deporte, matizan, no provoca una adicción, pero sí la forma en la que lo afrontamos. Así, por ejemplo, una persona, consciente de la importancia de dejar de fumar para mejorar la salud, comienza una rutina de ejercicios con la sana intención de alejar la tentación, ayudado en esta meta en como explica este sitio web como el cigarrillo electrónico puede ayudarnos a dejar de fumar.
Después de unas semanas de rutina, siente que se siente mejor, e incluso deja de sentir la necesidad de depender del tabaco. Ahora el ejercicio se ha vuelto una forma de sentirse mejor.
Continúa practicando deporte, cada vez más intenso, y dedicando para ello cada vez más tiempo. Sus relaciones familiares y sociales comienzan a resentirse. Pero para él nunca es suficiente.
En este punto, explican los especialistas, el deporte se encuentra en la delgada línea roja entre la salud y la adicción. Si una persona la sobrepasa, y su entorno asiste a cómo aumenta la masa muscular con suplementos para el gimnasio de forma obsesiva, por ejemplo, el testo ultra, entonces, será el momento para que este entorno acuda a un especialista. La adicción ha comenzado.
El deporte ha dejado de ser sano para convertirse en una obsesión.
La obsesión
Entre las adiciones deportivas más comunes se encuentra la vigorexia. La persona que sufre esta patología psicológica, encuentra su cuerpo desagradable, flácido, débil. Por ello, se obsesiona con realizar más y más ejercicio.
Esta cerrazón lleva a la víctima a dedicar más de cinco horas de entrenamiento diario. Esta exigencia se traslada tanto a sí mismo como para con los demás. Entra en juego, tal y como explican los especialistas, la fase compartiva. El vigoréxico no puede evitar comparar su imagen dismorfa con la de los compañeros de gimnasio, que en su mente se tornan idílicos.
Esta situación incrementa la necesidad del enfermo por trabajar su musculatura de forma aún más intensa.
El AIS, en sus investigaciones, ha concluido que existen diversas fases que determinan el grado de riesgo del ejercicio físico para la persona. Dichas fases corresponden a hitos en la evolución de la adicción, por lo que una vez completado el círculo, el tiempo de recuperación, remarcan, se alargará en el tiempo.
Así, cuando la persona entiende el deporte que practica como parte de sus rutinas de ocio personal, con la que disfruta, el riesgo de derivar en una obsesión se minimiza. El sujeto encuentra en su bienestar actual la suficiente recompensa como para no requerir un extra de ejercicio.
En este nivel, el grado de dependencia del deporte es residual pero existente. El individuo asimila su mejora mental y física a una actividad dada. En ausencia del control, surge la segunda de las fases críticas por las que el deporte se convierte en una obsesión.
En ella, el ejercicio se entiende, consciente e inconscientemente como una vía de escape ya sean para los problemas sociales, familiares o laborales. El mayor riesgo en este punto crítico donde las personas del entorno comienzan a identificar que puede estar surgiendo un problema, residen en que la actividad física deje de verse como parte del ocio y se imponga el estrés por llevarla a cabo.
Esta situación activa inmediatamente la tercera fase, por la que las rutinas de deporte y actividad controlada derivan en ejercicios de riesgo. Dicha acción supone que la persona programa su día en función de la actividad deportiva y no a la inversa. En este punto, la búsqueda de límites nuevos arranca, y sin el debido control de fuerza de voluntad, pasará a la fase final de adicción. En este punto, el ejercicio será el centro de la vida de la persona.
El deporte es una actividad que el hombre ejercita para sentirse bien. Los médicos insisten en que la práctica continuada de deportes según un ritmo sano mejora la salud del practicante, ya que la actividad libera endorfinas que actúan en el organismo como analgésico.
Esta acción se traduce no solo en una mejora física. También la mente se beneficia del ejercicio sano. Además de liberar estrés, favorece la concentración y el afán de superación. Como alertan los médicos, siempre y cuando la necesidad de generar mayores endorfinas no devenga en una continua carrera por aumentar y traspasar los propios límite del cuerpo y la mente.
Porque, como hemos visto, entonces estaríamos abordando un caso de adicción.