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Crías de corzo solas, no las cojas, no están abandonadas

Si te encuentras una cría de corzo, un pequeño “bambi” aparentemente abandonado, nada de caricias ni mucho menos “adoptarlo”: lo dejas donde está

En mayo suelen coincidir los nacimientos de corzos, -que por cierto, esos pequeños se llaman corcinos– por lo que no es raro que los que recorren la sierra puedan encontrarse una cría aparentemente abandonada. Hay que dejarla dónde está, sin molestarla, todo lo más, sacar una foto desde lo más lejos posible.

En esta época es habitual que «paseantes», «domingueros» o «buenos samaritanos», aparezcan ante los agentes ambientales, agentes de la Guardia Civil o en las propias oficinas de la Junta con una cría de corzo que  llevan en brazos o cargan en la mochila y que dicen haber encontrado “abandonada”.

Los agentes les aconsejan siempre que las vuelvan a llevar donde la encontraron, aunque el mal ya está hecho; las madres nunca se alejan demasiado de la cría y la amamantan cada poco pero dejando a la cría sola entre toma y toma para evitar que la presencia del ejemplar adulto permita a potenciales depredadores detectar a la cría.

Es algo bastante frecuente, los excursionistas detectan a un ejemplar recién nacido, y confundidos por el comportamiento de la especie, “deducen” que la cría ha sido abandonada y la recogen. Medio Ambiente advierte que esta actitud se cobra numerosas vidas de corzos año tras año.

Los corzos al nacer, con apenas 2 kg de peso, no están preparados para seguir a la madre, ni para huir de los depredadores. Su mejor defensa es permanecer inmóviles entre la vegetación, pasando desapercibidos, en una estrategia adquirida  basada en el mimetismo, que es frecuente también en otras especies de cérvidos y de bóvidos.

cría de corzo

Este comportamiento se complementa con un pelaje moteado que los corcinos muestran durante su primer mes de vida y que les mimetiza entre la maleza.

La madre, de manera discreta, los vigila y controla acercándose a ellos lo imprescindible para amamantarles y limpiarles escrupulosamente, de manera que no emitan ningún tipo de olor.

De hecho, cuando se toca un corcino y se impregna de un olor extraño, parte de su estrategia antipredatoria se desmorona, siendo fácilmente detectable por depredadores oportunistas como el zorro, que asocian el olor humano a restos de comida. 

Así que si te encuentras un pequeño “bambi” aparentemente abandonado, nada de caricias ni mucho menos “adoptarlo”: lo dejas donde está.

Debemos decir que la práctica totalidad de los corcinos que llegan a los centros de recuperación acaban muriendo, sobre todo porque no se dispone de leche que se les pueda suministrar sin que les provoque diarrea. Y si alguno sobrevive es prácticamente imposible que pueda ser reintroducido en la Naturaleza porque habrá sido criado por humanos y sin las enseñanzas de su madre.

Laura Saiz

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