Una turbera es una
zona deprimida que permanece encharcada y en la que prolifera vegetación hidrófila. La descomposición de la materia orgánica provoca que el pH del medio sea ácido, lo que acaba causando que la descomposición sea ineficiente, por lo que los restos vegetales se van acumulando en el fondo de la depresión y sobre ellos se desarrolla una
nueva capa de vegetación. En una turbera que lleve operativa mucho tiempo, el espesor de la materia orgánica acumulada puede ser muy grande; además, su disposición no es aleatoria, sino que está minuciosamente ordenada: los restos vegetales más antiguos son los más profundos, y sobre ellos se disponen otros más modernos, formando en conjunto una serie de materia orgánica que es tanto más reciente cuanto más cerca esté de la superficie. Un dato curioso, y también muy valioso, es que en un momento dado de la evolución de la turbera, la vegetación que la cubre puede ser visitada por diversos animales
(insectos, anfibios, etc.) y sobre ella pueden depositarse elementos procedentes de lugares algo distantes, como restos de madera o polen de las plantas que viven en el entorno. Estos elementos permanecen atrapados en la maraña vegetal, incluso cuando esta pasa a estar sepultada, y el pH del medio impide que se descompongan.
Por todo ello, las turberas se comportan como auténticas cuencas de sedimentación en lugares en los que, en principio, la sedimentación no es un proceso habitual (como es el caso de la alta montaña). Como los restos de materia vegetal están ordenados cronológicamente, todos los elementos alóctonos que contengan también lo estarán; por tanto, las turberas custodian un valioso registro del pasado más reciente de las áreas en las que están situadas.