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Los rebecos de León y Mickey Mouse

Cada vez que veo esta imagen no puedo evitar acordarme del libro “El pulgar del panda”, una de las obras más conocidas del paleontólogo y divulgador Stephen Jay Gould. En uno de sus capítulos, apoyándose constantemente en un estudio realizado en 1950 por el zoólogo Konrad Lorenz. Analiza el papel que juegan determinados rasgos anatómicos juveniles como posibles inductores en los adultos de una reacción de ternura y protección hacia las crías: los rebecos en La Travesona de León.

Mickey Mouse y los rebecos

Sin entrar demasiado a juzgar si se trata de una conducta innata o aprendida, ambos autores ejemplifican esta teoría basándose en un roedor, seguramente el que más rápido ha evolucionado a lo largo de la historia de la Tierra: Mickey Mouse. En sus orígenes, este personaje tenía rasgos toscos. Más bien propios de adultos. Frente relativamente plana, hocico alargado, cabeza pequeña en comparación con el cuerpo y extremidades largas. Con el tiempo, la personalidad de este ratoncillo fue cambiando, dejando atrás el gamberrismo que lo caracterizaba en sus inicios y tornándose un personaje mucho más afable, risueño y tontorrón. Paralelamente, su aspecto también fue cambiando. Puede que sus dibujantes no lo hubieran dicho con estas palabras, pero su evolución física siguió los pasos esperables dada la nueva conducta bonachona de Mickey. Aún manteniendo la misma edad, se infantilizó. Con ello, este mítico roedor pasó a mostrar los principales rasgos de su nueva conducta a través de sus recién incorporadas características anatómicas. Así, su cabeza se hizo relativamente más grande en comparación con su cuerpo, su hocico se acortó, su frente pasó a ser abombada, la longitud de sus extremidades decreció y, en general, su cuerpo adoptó toques rechonchos y torpes.

Rasgos comunes de protección

Todos estos rasgos están presentes en las crías de muchos animales -humanos incluidos- y podrían ser inductores de una respuesta de protección por parte de los adultos. Tanto es así que con frecuencia los extrapolamos a otros animales que los presentan, aun en fases adultas, reaccionando ante ellos con total ternura… ¿qué me decís del joven rebeco que descansa junto a su madre?… ¿no dan ganas de achucharle? Fijaros en sus rasgos y llegaréis a la conclusión de que algo tendrá de cierto lo que sugieren Lorenz y Gould. Claro, si nuestra capacidad de abstracción reacciona de la misma manera cada vez que recibe este tipo de señales, corremos el riesgo de cometer errores: así, un animal como el oso, de aspecto regordete, cabeza redondeada y movimientos torpones, puede llegar a despertarnos ternura, cuando en realidad podría convertirnos en albóndigas sin cansarse ni lo más mínimo.

Rebecos: animales inofensivos y las reacciones de alarma

Por su parte, muchos otros animales totalmente inofensivos pero con unas proporciones diametralmente opuestas, despiertan en nosotros una desmedida reacción de alarma.
Ambos autores también disertan sobre un fenómeno evolutivo muy interesante, la neotenia, que puede definirse como la persistencia de características típicamente juveniles en los adultos. El ejemplo que ponen sobre la mesa nos es muy cercano, ya que los humanos tenemos rasgos muy neoténicos en comparación con otros primates. Así, por ejemplo, la cría de un chimpancé y la de un humano son muy similares. Pero a medida que la primera se desarrolla enfatiza ciertos caracteres (alargamiento facial, aplanamiento frontal, proyección de la mandíbula hacia el exterior,…). Hecho que no ocurre, al menos con la misma magnitud, en las crías humanas, que mantienen varios rasgos propios de la infancia en las fases avanzadas del desarrollo. Entre ellos se cuentan la persistencia de una frente algo redondeada, de una bóveda craneal abombada y de una mandíbula poco o nada prominente. Estas circunstancias han propiciado que, en términos relativos, tengamos una cabeza bastante espaciosa. Lo que permite un mayor desarrollo del cerebro y de otros órganos del sistema nervioso central, con todas las consecuencias que esto implica.
Rebecos en La Travesona (vertiente meridional del Macizo Occidental de los Picos de Europa, León).
Rodrigo Castaño

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