Continuamos hablando del porqué de la elección de la derrota en la batalla de Villalar como día de la Comunidad Autónoma de Castilla y de León
Si no has leído la primera parte de esta historia, puedes hacerlo aquí https://digitaldeleon.com/castilla-y-leon/villalar-dia-castilla-y-leon/
Nos habíamos quedado explicando el motivo por el cual, tras no encontrar ninguna fecha relevante que pudiera aunar sentimientos en una mezcla artificial de provincias dentro de una Comunidad autónoma, no se eligió la sublevación contra los franceses del 2 de mayo como fecha señalada, y os recordaba que había sido en la provincia de León donde antes se habían manifestado las revueltas, como lo muestran los hechos que, en el corral de San Guisán de la capital leonesa, se habían producido el 24 de abril; incluso en Astorga también se habían iniciado las escaramuzas unos días antes aún. Con lo cual, se le daría un protagonismo a León cuando lo pretendido era mostrar algo más “castellano”.
Para comprender lo que ocurrió en 1521, esto es, primeros años del reinado de Carlos I (de España, V de Alemania), hay que conocer cuál era la realidad social y política de aquel momento, consecuencia de lo que había venido ocurriendo en las décadas anteriores, pues ningún hecho histórico ocurre aisladamente porque sí, sino que es consecuencia o resultado de acontecimientos anteriores.
En 1504 había fallecido Isabel I de Castilla. En aquel momento la corona de Castilla incluía varios territorios, varios reinos; conformaba lo que hoy es España excluyendo Aragón, Cataluña, Valencia y Baleares (y añadiendo las primeras colonias americanas que se estaban conquistando). La unión de los reyes católicos era más una unión dinástica o de realezas más que de pueblos, reinos o regiones. Cada uno de los cónyuges era monarca de su reino, que continuaba con sus instituciones propias.
De hecho, la conquista de América fue una conquista de Castilla, no de Aragón. Y se trataba de un reino en el que el poder real se había potenciado respecto al que ostentaban sus antecesores, pero en el que el poder de la nobleza continuaba siendo muy importante, no se había debilitado en exceso y continuaba manteniendo privilegios notables.
Al fallecer Isabel, la heredera del trono pasa a ser su hija Juana, por así haberlo establecido en su testamento, en detrimento de su esposo Fernando al que no le sentó nada bien no haber heredado directamente el trono castellano; pero dada la situación de su hija Juana, Isabel designa como regente a Fernando.
En 1505 se reúnen las cortes de León y de Castilla aprobando el testamento de Isabel y jurando fidelidad a Juana y su esposo Felipe (el Hermoso), flamenco de nacimiento. La nobleza castellana era contraria a la regencia de Fernando, y dada la “locura” de Juana, se agrupó en torno a Felipe el Hermoso, que fue quien asumió las riendas del reino; pero lo hizo de un modo arbitrario, libertino y para disfrute propio más que otra cosa, con escándalos reales y gasto ostentoso.
Se enfrentó con su suegro Fernando (el Católico), alcanzó pactos con el rey francés, y colocó a numerosos flamencos en cargos y puestos de privilegio contraviniendo el testamento de Isabel que prohibía concesiones cortesanas a extranjeros.
En ese clima de conflicto, desgobierno y de intentos de rebelión, las divisiones entre la nobleza se sucedían y muchos de estos reclamaban que se rehabilitase a Juana y asumiera el poder que por derecho le correspondía. Sin embargo, la prematura muerte de Felipe condujo a la regencia de Isabel por parte de su padre Fernando entre 1507 y 1515, quien no quiso tomar represalias contra la nobleza que había tenido en contra; pero el caldo de cultivo de lo que vendría después ya se había iniciado.
El rey Fernando delega poderes en el cardenal Cisneros, quien logra apaciguar los ánimos y allana el camino para que, tras la muerte de aquel, reinase en España el hijo de Juana y Felipe, Carlos, también nacido y educado en Flandes, quien no conocía nada de Castilla ni de Aragón, y ni siquiera hablaba castellano. Sin embargo, tras la experiencia flamenca de Felipe I, las noblezas leonesa, aragonesa y castellana eran recelosas de Carlos I, en quien se ven los mismos defectos que en su padre de abusos, avaricias, glotonerías y favoritismos flamencos.
En las cortes de juramento del nuevo rey Carlos, un noble leonés, Martín López de Acuña, exige que el rey acatase los usos y costumbres de los reinos a los que venía a reinar. El rey, que ni siquiera hablaba castellano y desconocía todo sobre los reinos que asumía, ocupó el trono sin tacto, favoreciendo a los suyos, nombrando para los puestos claves a flamencos.
Las cortes eran reunidas para pedir dinero a la nobleza y aumentar los impuestos. El rey prometía lo que hiciera falta con tal de conseguir el dinero que le financiara su coronación como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y sus intereses europeos; los privilegios a flamencos se suceden, los abusos por parte de estos también.
Y la nobleza accedía a tales pretensiones aún en contra de la negativa de las ciudades: Los representantes leoneses en esas cortes de Santiago fueron linchados a su regreso por haber votado a favor del aumento de impuestos y de la entrega al rey del dinero que necesitaba para sus ambiciones europeas: Había así mucho recelo en la aristocracia y en la Iglesia contra la corte flamenca.
No se comprende la actitud del nuevo monarca, y la burguesía no comprende por qué hay que apoyar a un rey que no respeta a sus súbditos. Por eso, parte de la burguesía y parte de la nobleza se alza en armas contra el rey, con el apoyo de las ciudades, queriendo mantener los privilegios que tenían de tiempo atrás, que no se les desplace y sustituya por flamencos, son contrarios a las alzas fiscales solicitadas por el rey, puesto que son ellos principalmente los que tienen que cotizar. Ese fue el origen del movimiento comunero.