Un paseo por León, el Barrio de Santa Marina, es una zona de nuestra ciudad que nuestro viajero, después de admirar la Catedral, no podía dejar de lado en su recorrido.
A este barrio se le ha calificado siempre como el del rancio abolengo leonés, debido a la multitud de palacios y casas nobles establecidas en su feligresía.
Este dato sin embargo, no es muy preciso, puesto que primitivamente esta zona dependía de la desaparecida parroquia de San Pedro, en San Isidro el Real, la cual desempeñaba sus servicios en uno de los ábsides de la basílica de San Isidoro; éste es el motivo por el que las linajudas familias leonesas- Omañas, Salazares, Cármenes, Castañones, Ferreras, Llamazares, Lorenzanas…- como buenos feligreses de esta parroquia, el lugar de su último descanso era el Claustro de San Isidoro.
Precisamente, los Lorenzana, una de las más prestigiosas familias, tenían su propia capilla que estaba dedicada a El Salvador en el claustro principal de San Isidoro.
La parroquia de Santa Marina se ubicaba en un barrio de escasa nobleza, aunque de gente labradora y por lo tanto, humilde aunque muy trabajadora. Hasta el año 1770, estaba en la parte norte de la muralla, y como recuerdo, esta calle donde se encontraba, tomó su nombre.
El hermoso Barrio de Santa Marina
El más importante de ésta, el Vizconde de Quintanilla, que tenía silla propia en esta iglesia. De esta misma rama eran los Tapias, familia de la que surgió un vástago del siglo SVI llamado Gonzalo de Tapia, promártir de Sinaloa (Méjico), autor de una Gramática en lengua indígena adaptada con música.
Típicas plazas y recoletas calles dan sabor a esta popular barriada. Así, el Corral de San Guisán, testigo del levantamiento local contra los franceses en la guerra de la Independencia. En este lugar, los leoneses se sublevaron contra Napoleón, y como respuesta, los aniquilaron y acorralaron sin piedad.
La placita del Vizconde de Quintanilla es otro lugar sugestivo de este barrio. Además, para que no olvidemos la presencia de los frailes descalzos, que vivieron en el ya desaparecido convento de San Froilán, que estaba en la que hoy es la Plaza de Santo Martino, tenemos la calle Descalzos, de un encanto particular.
Sobre el Arco de Puerta Castillo, que es el único que ha sobrevivido después de los siglos, antigua puerta de la ciudad, y que se construyó allá por la segunda mitad del sigo XVIII, se encuentra la aguerrida figura de Don Pelayo.
Junto al arco, de un lado, residía la figura del gobernador de la plaza. En este mismo lugar, adosado también al arco, del otro lado existe el viejo caserón, de elegante porte, denominado de los Niños Expósitos. Una hermosa imagen gótica de la Virgen, llamada la Blanca, fue testigo de los niños abandonados que eran recogidos en este caserón.